Elne
Ella
entregó su vida a un fauno protector,
vivió
bajo su manto, cediéndole el candor
de
los primeros años.
Su
juventud se fue sin probar el sabor
del
beso incandescente,
el
que quema las penas y amilana el recelo
de
la inquietud primera.
Fue
su sirvienta fiel sin otra alternativa,
la
vida transcurrió bajo la tozudez
del
hecho consumado.
No
conoció el suspiro, la inquietud de la espera
ni
el dolor del engaño.
Hasta
que un día, al fin, la cuerda se rompió
y
la muerte del amo liberó a la criada.
Ella
empezó a vivir sin atadura alguna,
verso
libre a la espera del devenir ignoto.
De
pronto, conoció todo lo que ignoraba,
que
existía el cariño, la risa, la mañana
y
el sabor de los labios que al amor acompaña.
Gozó
en la madurez lo que no disfrutó
en
los años primeros, oculta y prisionera
en
la misma ventana, soñando con un mundo
que,
al fin, aunque tardío, llegó a saborear
con
el impulso loco de los años de fuego.
Un
niño fue testigo de aquella vida loca,
recibiendo
de ella todo el amor del mundo,
la
entrega incandescente de todo su calor,
la
ternura, el consuelo y una pasión sin freno
que
se grabó con fuego en la mente inocente
de
aquel niño, que ahora, recuerda con fervor.
En homenaje a Eusebia, el ser que más me amó.
18 de julio de 2021
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